2009-12-23

Una de indios

En Nazar desde siempre, es decir desde que apareció la televisión, nos han gustado las películas de indios. Hemos disfrutado tardes y tardes, viendo películas de indios. Especialmente en las salas de cine de Estella. No estoy seguro de que todos los nazarenos piensen lo mismo que yo, y cuando ven estas películas tengan los mismos sentimientos que yo. Aunque parezca mentira, ya desde que tenía diez años vi la intrusión del hombre blanco y claro está del ejército como una injusticia, y me daba cuenta que los "buenos" de la película eran los indios. Aunque en muchas películas los pusiesen de asesinos y sanguinarios no lograron que cambiase de opinión. Para mí, siempre tuvo mucha más importancia el origen del conflicto, que no fue otro más que que al gobierno le interesaba que los indios desapareciesen, para repoblar sus tierras con otras gentes. Y para ello no tuvo problema alguno de enviar un ejército e ir engañando y comprando poco a poco a las tribus indias muy preparadas para cazar y luchar; pero nada preparadas para el papeleo judicial.
No sé, pero creo que no todos los nazarenos hayan visto este asunto tan claro como lo vi yo desde niño. Seguro que muchos solamente se quedaron en las plumas, en los arcos y en las lanzas. Pero a mí, este pueblo indio me abrió los ojos, para lo que ha sido la vida. Toda es igual. A los indios, los verdaderos pobladores, amos y señores de unas tierras, los aniquilaron. Intentaron por las armas, les costó una barbaridad, y no lo consiguieron. Pasaron los años. y el hombre blanco, el poder, el ejército empleo sus artimañas, es decir, introdujo el comercio en el pueblo indio, les comenzó a regalar espejos, acohol, rifles, pistolas... y sobre todo les prometió la civilización con la condición de que se rindiesen y les dejasen sus tierras. Al principio solo unos pocos picaron el anzuelo, pero ya fueron algunos, y alguno de esos fueron los que más empeño pusieron en denunciar, en poner ante la justicia del hombre blanco a sus propio pueblo; luego se fue uniendo algún otro, y por fín a los pocos que quedaron sin bajar la cerviz se la cortaron de cuajo.


Es duro, es triste, pero es real. Al resto les quitaron sus tierras, los dejaron sin búfalos y los encerraron en las reservas, verdaderos campos de confinamiento. No hizo falta que pasasen más de diez años para que aquel pueblo indio culto, sin saber escribir ni leer, aquel pueblo activo, aquel pueblo vigoroso, vital y robusto acabase sin nada que hacer, sin nada moral y sin principios.
Herrikoia