2006-04-25

Un penitente de Mendaza


Esta Semana Santa he tenido la oportunidad de visitar mi pueblo natal, Mendaza, y disfrutar de los míos, de sus gentes y de ese precioso verde con matices que inunda la Berrueza. Como en otros pueblos del valle, los oficios religiosos han perdido el carácter popular de antaño.

Las razones son varias, pero por abreviar citaremos dos evidentes: -una, la laicidad progresiva de la sociedad, y –otra, la falta del cura del pueblo, verdadero dinamizador y tutor de la vida religiosa colectiva. En Mendaza es costumbre celebrar el Viernes Santo la procesión de dolor de la Vera Cruz, con el rezo de las cruces. Esta procesión transcurre desde la iglesia hasta la ermita del Calvario, en el camino de Acedo.

De la organización de la procesión se encargan los hombres del pueblo organizados de modo voluntario en la hermandad de la Santa Vera Cruz. Como se muestra en la imagen del libro de actas, esta hermandad data de 1879 y en la actualidad consta de 43 miembros nominales, aunque la participación activa en la procesión es prácticamente nula.


De la organización de la procesión se encargan los hombres del pueblo organizados de modo voluntario en la hermandad de la Santa Vera Cruz. Como se muestra en la imagen del libro de actas, esta hermandad data de 1879 y en la actualidad consta de 43 miembros nominales, aunque la participación activa en la procesión es prácticamente nula. De la presencia de las mujeres nada se dice en el reglamento de la hermandad. Se da por sentado que la cofradía es, como el coñac, cosa de hombres. La realidad siempre es diferente que la que aparece en los papeles y las mujeres eran, y son, el alma de la participación popular aunque no tengan el papel protagonista que merecen en la liturgia.

En el pasado, la participación de la gente era tan masiva que en el pueblo no quedaba prácticamente nadie, salvo el médico y el secretario que, como figuras públicas, garantizaban el cuidado, orden y la solución de cualquier imprevisto que se produjese. Cuentan los viejos del lugar que los miembros de la hermandad se vestían con recias túnicas de lino blanco, ajustadas al cuerpo con gruesos cintos negros. Los penitentes se tocaban con una caperuza del mismo material que les ocultaba la cara. Estos penitentes recibían curiosos nombres que dejo su etimología a la sapiencia de los entendidos en la materia: -mozorros, -zamarreros, -morrocos.

La procesión era precedida por un penitente que portaba al hombro una reproducción en madera (hueca, para su fortuna) de la Vera Cruz (veáse la foto), ayudado mediante largas sogas por otros dos penitentes. La Dolorosa con manto negro y coronada de plata era llevada en una peana por otros cuatro penitentes. El resto llevaba cruces y cirios encendidos. En algunas ocasiones, y con motivo de votos personales, algún penitente mostraba públicamente su promesa llevando una pesada cruz de madera.La penitencia y el autocastigo se hacían patentes en algunos penitentes que realizaban descalzos el trayecto. Ahora se trata de un cómodo camino, amplio, allanado por las máquinas y que sirve de tránsito a los turistas del camping de Acedo en su visita al Tres-Piés. Antes, el camino era muy irregular, esculpido por los aguaceros y lleno de puntiagudos guijarros de ese mármol rojizo tan duro que aparece en la cantera de Mendaza. Nos podemos imaginar cómo quedaban los pies. El cortejo se paraba delante de las cruces y se rezaban las oraciones de las estaciones con cánticos eclesiales entre una y otra.

Otro momento muy celebrado por los medazarras era la entrada de los cofrades en la iglesia de vuelta del calvario. Lo hacían a pie desnudo y marcando fuertemente el paso en medio del silencio de los feligreses. Entre tanta religiosidad y tradición los mozos del pueblo encontraban sus momentos jocosos y divertidos para desdramatizar el evento. Uno de ellos consistía en adivinar la identidad de los penitentes por la figura y los andares de los penitentes: - ¡rediosla!, ese es el “pintor” y el que lleva la cruz el “gobernador”, en la forma de mover el culo no falla. Algunas bromas eran un poco más crueles, como el tirar piedrillas al mozorro que llevaba la cruz y cuando volvía su máscara de forma amenazante hacia el autor de los lanzamientos, éste negaba cínicamente con un falso: -¡Ha sido el de más atrás!

Este año me he dado cuenta del valor de las tradiciones, no tanto como señales identitarias, diferenciadoras y localistas, sino como un signo de continuidad intergeneracional de un pueblo, una señal de que Mendaza continúa a pesar de todo. Lo que empezó como proyecto organizativo en 1879 bien estaría que tuviese continuidad en el siglo XXI, aunque no tenga las chanzas de los lanza chinas de turno, ni la presencia turístico festiva de los mozorros mendazarras.

José Luis Paternáin Suberviola