2007-07-15

Pastores (IV)

Recuerdo, como recordarán mi hermano Jabi, y mis compañeros de escuela, Felix, Alfredo, José Mari, José Miguel, Pedro, Tere, María Jesús… aquel trabajo que hicimos con una maestra de las Amescuas, en que cada uno recortamos unas fotos e hicimos una especie de redacción del oficio de nuestros padres. Por aquellos tiempos, mi padre era el pastor de ovejas del pueblo…


Aunque en general nunca identificaría la profesión de mi padre, de mi familia con la profesión de pastor, si que durante muchos años ha sido el pastoreo la forma de sacar la familia adelante, pastor de vacas –todavía recuerdo un perro de nombre chaval, más alto que yo-, pastor de cabras y finalmente pastor de ovejas… Hasta alguno de mis hermanos mayores se dedicó durante algún año a la profesión de pastor… Asimismo, los tíos de mi madre (El Epi) y sus primos (Ángel y Gabino) fueron durante años y años los pastores del pueblo… Hasta a mi mismo, en un verano que se puso enfermo el pastor me tocó hacer estas labores durante casi dos meses, el rebaño pertenecía al Cecilio de Mendaza…

Pero en el pueblo, en nuestra familia, la profesión de pastor ha sido una anécdota, la realidad es que a nuestra familia se nos han vinculado con la profesión de carboneros, agricultores y hasta encargados de repartir el pan por las casas del pueblo… antes que pastores.

Bueno en realidad no quería más que escribir unas letras sobre la soledad del pastor. Creo que me he entretenido un poco en la introducción. Comienzo… No es ningún misterio que los pastores de antaño, no tenían nada que ver con los actuales. Conectados a internet, con transistores y transmisores de todo tipo...



Los pastores de antes tenían como compañia inseparable a la SOLEDAD, horas y horas sin más compañía que ellos mismos, casi días enteros sumergidos en sus propios pensamientos… Días largos, y más largos, sin más compañía que el perro y la navaja… En contacto directo con la naturaleza, siendo a la vez amos y esclavos de la naturaleza… En verano, bajo los grandes calores y las tormentas y en invierno sportando las inclemencias del aire, del frío, la nieve y la lluvia… Pero amos soberanos de la libertad, de la tranquilidad, del sosiego… Conocedores de todos los rincones, de las guaridas de raposos, tasugos, jabalís… sabedores de los trucos del cuco, del bubarro, de las costumbres y gustos de todas las especies… Guardadores secretos de los setales… Testigos de las andanzas de los animales salvajes…


Dueños, en definitiva, de una ciencia no aprendida en la universidad… Casi analfabetos, pero con una capacidad envidiable para adivinar el extravío de cualquier animal, barruntar los peligros que acechaban al rebaño… Diestros para contar las cabezas de ganado, especialmente a la hora de guardarlas en el aprisco… Capaces de intuir la presencia de cualquier culebra al acecho para extraer la leche de las tetas del ganado...


Bendita soledad, solo rota, por el ruido de los cencerros y el balido de alguna oveja en trance de parir, o del carnero en celo…

Gerardo Luzuriaga