2008-01-19

La vuelta / ITZULERA


Una mañana de mayo, cogí la maleta de rayas y me fui para la ciudad. Años después volví sin maleta, sin equipaje. Anduve un cuarto de hora recorriendo las calles, y los alrededores.

Era día de fiesta, entré en la taberna, pedí un tinto, el bar estaba bastante concurrido unas 8 personas, más que en los que estaban me fijé en los que solían y debían de estar y no estaban, su sitio estaba vacío.

Me detuve enfrente de la casa de la muchacha por la que me hubiese quedado en el pueblo; pero las puertas y hasta las ventanas estaban cerradas, los balcones vacíos, sin tiestos ni flores, los canalones estaban rotos. Sin mediar palabra me despedí de nuevo del pueblo.
Gerardo Luzuriaga


II
Llevo más de dos años sin ir al pueblo, por un lado tengo ganas de ver a los que un día fueron mis vecinos, con los que he vivido gran parte de mis mejores momentos, ver de nuevo las peñas, los montes, los árboles, los terrenos que en su día fueron tan cercanos y familiares, las calles, las casas, los huertos…

Pero por otro lado siento un cierto nerviosismo.

Nada ha cambiado, la vida sigue, tranquila, sin sobresaltos, pero sigue. Paso el fin de semana en el pueblo, en apariencia todo sigue igual; pero en realidad nada es igual, ya no me siento del pueblo, casi nadie me considera ya del pueblo. No me ha abandonado el pueblo, he sido yo el que he abandonado al pueblo. Los perros me ladran, ni se acercan, ya no estoy tranquilo ante sus miradas poco amistosas y bastante amenazantes.
Ikazkina


III
Llega el viernes y ya no tengo por norma volver al pueblo, llegan fechas señaladas y en alguna de ellas tampoco vuelvo al pueblo. Vuelvo cada vez de más de vez en cuando, aunque por lo menos una vez al mes si que lo hago.

Los 60-70 habitantes han pasado a 40, a pesar de ello el distanciamiento es cada vez más notorio. Justo me entero de los grandes acontecimientos, de alguna que otra anécdota, pero el día a día se me escapa, y no es por mi falta de curiosidad e interés.

Del protagonista que fui, del observador de primera fila que fui he pasado a ser un observador bastante casual. No me siento forastero, tampoco en el pueblo me consideran forastero; pero ya no me siento tan del pueblo como los que viven en el pueblo. El perro de casa todavía me barrunta a más de medio kilometro de distancia cuando llego, los perros del barrio no me ladran cuando paso a su lado, pero...
Kattagorri

IV
Llega un viernes y ya no voy al pueblo, llega otro y tampoco. Aunque nunca pasan tres fines de semana seguidos sin que me dé una vuelta por el pueblo, a pasar un fin de semana en casa de los padres, la que ha sido la mía hasta no hace mucho.
Se organizan partidos de fútbol y aunque me avisan, no puedo acudir. Como es lógico, la vida sigue, los acontecimientos llegan y pasan… la vida en el pueblo sigue su marcha: juergas, comidas, reuniones, trabajos, charlas en la taberna, batidas furtivas…

Llega un dia en que a pesar de estar en el pueblo, mi participación no es indispensable, es más mi presencia pasa desapercibida, estaba ya todo organizado de antemano. La distancia se hace presente.

Todavía soy titular indiscutible en el equipo de fútbol, pero el alejamiento hace ya mella. Ya no me llegan muchas de las anécdotas, aunque todavía me consideran del pueblo. Los perros del pueblo me conocen, pasan a mi lado como si no existiese.
Ebaristo Lakalle Etxeberria

V
Por fin llega el viernes, sin comer como todos los viernes vuelvo al pueblo. Me siento en casa, mi casa sigue siendo la del pueblo, junto a mis hermanos, mis padres, mis amigos; pero poco a poco el pueblo se me va distanciando, no la gente, pues siguen los mismos 60-70 habitantes, con las mismas caras, con las mismas costumbres.
Sigo manteniendo las mismas conversaciones. Poco a poco domingo por la tarde a domingo por la tarde me voy desligando de lo que acontece en el pueblo.

Sin darme cuenta he pasado de protagonista a observador, aunque eso si espectador de primera fila, pues sigo siendo considerado del pueblo y me siento del pueblo. El perro de casa me sigue esperando ansioso y nervioso todos los viernes.
Joarkide

VI
Era la primera vez que salía de la casa de mis padres, casi del pueblo, sólo había ido una vez a Iruñea hoy, Pamplona en aquellos tiempos. Tras una semana fuera, en casa de mis tíos volvi al pueblo. Era martes, más o menos las seis de la tarde.
Nada me pareció igual, todo había cambiado, todo a excepción de los animales. A mis hermanos, a mis amigos, a mis padres, y hasta a la chica que me gustaba los encontré distintos. La calles, las casa no me parecieron las mismas.

28 urteko lehengusinak etxean bi aste igaro du, familiar horrek eramanda 6 egun herritik at pasatu dut osaba-izebaren etxean. Bizitza osoan herritik kanpo lehendabiziko egun horiek pasatu ondoren herrira bueltatu naiz. Auzolagunak, lagunak, gurasoak, etxeak, kaleak desberdin ikusten ditut, desberdinak iruditzen zaizkit.
Herrikoia

VII
Tres largos meses fuera del pueblo. No hacía falta vivir en el pueblo para sentirme en casa. De nuevo otros seis meses fuera; pero la casa, los amigos, los hermanos, los padres los sentía cercanos. No necesitaba vivir el día a dia, conocer la realidad para sentirla. No hacía falta que nadie me contase lo acontecido, me lo imaginaba. Sin embargo, el colegio inundado de curas vestidos de negro, de postulantes vestidos con batas azules con franjas blancas se parecía mucho más a un sueño, a un espejismo que a la realidad.
Joarkide

2008-01-06

El Carbonero de Nazar / Nazarreko ikazkina

En Nazar casi durante todo el siglo XX ha vivido un personaje singular. José Luzuriaga, más conocido por el carbonero, nació en 1906 y murió en el año 2000.


En este pueblo, y en todos los pueblos del Valle de La Berrueza fueron muchos los mozos y no tan mozos, es más me atrevería a decir que a excepción de tres casas de buena hacienda, el resto de los hombres se dedicaron como oficio principal a elaborar carbón, unas veces contratados y otras veces como autónomos reunidos en cuadrillas.

El cocer carbón ha sido uno de los oficios más socorridos de estos valles, tal vez una de los principales ocupaciones para todos aquellos que no tenían las tierras suficientes y debían encontrar trabajo en otros lugares que no era el laboreo de las tierras. En este valle de La Berrueza-Berrotza, al igual que en el resto de los valles colindantes hasta bien entrado el siglo XX muchos hombres se dedicaron al carboneo. Muchos fueron los que se trasladaron para varios meses a los valles guipuzcoanos y pirenáicos.



Con la película Tasio, ya un clásico del cine, se nos dio a conocer a las generaciones que no habíamos conocido cómo se realizaba el carbón, cómo se construía una carbonera las peculiaridades de este oficio. En definitiva se nos explicó (se nos acercó) en que consistía lo que hasta no hacía muchos años había sido lo que había hecho posible que muchas familias siguiesen viviendo en nuestros pueblos y no emigrasen a las ciudades.


El carbonero -José Luzuriaga, en los papeles- nació en 1906, y según tengo entendido ya le venía el nombre de carbonero de su padre, y lo hemos heredado los hijos.
Acompañé al carbonero a Estella-Lizarra a ver la película Tasio de Montxo Armendariz, la vio en silencio, -tuvo que ser todo un acontecimiento, tal vez fuese la primera película que veía en una sala de cine-, al terminar la película, comentó que estaba bien, que era entretenida, pero que el tamñao de las carboneras no tenían nada que ver con las que construían ellos en los montes de alrededor.



Todavía hoy, cuando se menta al carbonero en los pueblos de alrededor lo recuerdan,, estuvo contratado para los Gámiz, y para otros muchos empresarios, formó parte de varias cuadrillas, las cuáles se quedaban con lotes subastados de bosques, tal vez el último lote fue en el monte de Ubago, que se lo quedaron entre Florencio y él.

Los montes del Valle de Berrotza-la Berrueza , la Sierra de Kodes, la sierra de Lokiz, Urbasa a principios del siglo XX, estaban poblados de enormes árboles, de enormes encinos que fueron talándose poco a poco. La carretera del pueblo de Nazar se hizó con el dinero sacado de las subastas de lotes de monte. Todavía hoy, en estos bosques, hoy poblados por árboles mucho menos recios, se pueden apreciar los lugares empleados para hacer el carbón, eras dónde se apilaban las maderas, cientos de carboneras salpicadas como calvas entre el bosque.



Los últimos leñadores que he conocido, que no carboneros, han sido el Eduardo de Asarta, el Máximo, Aurelio y Juan Antonio de Nazar. Ni leñadores -a excepción de la época de las suertes-, ni carboneros se pueden contemplar en el valle. El que quiera reencontrarse con el pasado tendrá que visitar el precioso Valle de Lana (Valle de Rusia), Viloria es prácticamente el único pueblo de Tierra Estella en el que se sigue produciendo carbón natural.

Cientos de anécdotas he oído contar con su gracia y parsimonia al propio Carbonero, y también a muchos de los que trabajaron con él. Era un hombre culto, que le gustaba hablar y remomerar con todo tipo de detalles los acontecimientos vividos durante aquellos años jóvenes en los bosques de toda Navarra. Fue un hombre fuerte, recio y vigoroso, mantuvo la fuerza hasta los últimos días.


1. Sobre la dureza del trabajo de cocer carbón.

El oficio de carbonero era duro, pero los propios trabajadores lo hacían más duro. En el oficio de hacer carbón, los débiles no tenían opción, no existía labor sencilla, todas las tareas necesitaban un gran esfuerzo.


Todavía recuerdo como contaba el Carbonero los días pasados en los bosques. Las horas y horas con la sierra, trenzadora, las hachas y las cuñas; pero tal vez una de las tareas en las que más sacrificio se debía realizar era en el traslado de los troncos del lugar en que se cortaban a la carbonera. La mayoría de las veces al hombro. Según dicen, eran tiempos duros, donde el prestigio, la celebridad y hasta la honra estaba basada en el trabajo y en la fuerza.

Según parece, existía la solidaridad para todo menos para el trabajo, el que más fuerza tenía y el que mayores troncos llevaba al hombro era el que se llevaba la fama… Y según cuentan, el Carbonero en este tipo de trabajos nunca se quedaba atrás, es más siempre estaba dispuesto a coger cualquier tipo de tronco que para algún otro era excesivamente pesado o se veía en la obligación de tirarlo al suelo. Eran otros tiempos...

2. Vida de los carboneros

No había mujeres por los alrededores, o por lo menos, yo nunca oí a ningún carbonero hablar de ellas. Las faenas del carboneo estaban restringidas al sexo masculino. Aunque las pocas veces que bajaban a los pueblos seguro que no faltaba el alcohol y los bailes. Tal vez parezca un poco exagerado, pero tal como lo he oído miles de veces lo cuento, y no creo que exagerasen en nada, es más creo que la realidad fue bastante más dura de lo que se pueda expresar con palabras.



La jornada comenzaba antes de que amaneciese, y no acababa hasta entrada la noche. No existían fines de semana. Tan sólo de vez en cuando, de muy vez en cuando se solía bajar a algún pueblo cercano. Lo demás consistía en trabajar y trabajar, no existían domingos. Está claro que no se contaban las horas de trabajo, ya que eran incontables.

La temporada de los carboneros duraba unos siete meses, por lo que salían de casa con la ropa y un hatillo para no volver hasta pasado ese período. Dormían en chabolas hechas por ellos mismos con troncos. Está claro que nuestro padre –El Carbonero, José Luzuriaga Lacalle en los papeles de la iglesia y no tanto en los del ayuntamiento- nos explicó una y otra vez las tareas que se debían de llevar a cabo para hacer una carbonera, toda una obra de ingeniería. De todas formas no me voy a detener en este asunto, ya que se puede consultar en cualquier libro sobre los carboneros, así como los utensilios que usaban en la cocción del carbón.

Estas cuadrillas de carboneros se organizaban entre ellos para poder subsistir toda la temporada. Ellos mismos realizaban las compras, y las comidas. Muy pocas veces tenían la suerte de contar con algún riachuelo, o fuente cercana de la que poder abastecerse. Aunque la comida era abundante, todos los días se comía lo mismo, y según he oído comentar a los carboneros del pueblo se parecía más a la comida de los animales que lo que estamos acostumbrados hoy día. Casi la única comida eran las habas, todas las que se quisiesen, acompañadas con un trozo no mayor que el dedo pulgar de tocino para cada trabajador, que podía ser sustituido por dos tragos de vino.

No disponían de agua para lavarse, y los pucheros se limpiaban rebanando con el poco pan que les correspondia.

3. Cocción de la carbonera.

La preparación de la carbonera era una labor complicada y especialmente meticulosa y metódica. Se debían de tener en cuenta el grosor y la longitud de los troncos, ir colocándolos en capas, etc. etc. Las carboneras que preparaban estos aguerridos leñadores eran de considerables dimensiones que que tardaba varias semanas en cocerse, es decir en convertir la madera en carbón.

En este período de cocción se debían vigilar las carboneras día y noche. Recuerdo como contaba “El Carbonero”, como una vez, ya él casado, se quedaron con un “lantegi” en el monte de Otiñano, por lo que alguna noche venía a dormir a Nazar. Aquella noche salió unas cuantas veces al alto, desde donde se divisaba muy bien el monte de Otiñano y también el lantegi donde se había comenzado a cocer la carbonera, a eso de las dos de la mañana, cuando fue a divisar como iba la carbonera, se divisaba una llamarada en la zona donde tenía la carbonera, rápidamente preparó el caballo y marchó a las cuatro suelas hasta el lantegi, ya al llegar se dio cuenta que se trataba de una hoguera que había encendido uno de los que se había quedado de guarda.

La vigilancia era imprescindible, cualquier descuido podía acabar con el trabajo de muchos carboneros. La carbonera estaba en vigilancia continua, no podía arder, pero debía tener la temperatura apropiada. Unas veces era necesario tapar los huecos que se iban haciendo, para que no entrase excesivo aire, es decir oxigeno. Otras veces era necesario añadir “betagarri”, troncos para que no se produjesen vacíos. Labores sumamente complejas y especializadas, en ello iba la calidad del carbón.
Muchas veces me comentó el carbonero, que no era necesario ver las llamaradas para saber que la cocción de la carbonera no iba por buenos derroteros. El sexto sentido lo tenían muy bien desarrollado, más que la vista el olor y el color del humo eran señales de gran importancia para estos avezados carboneros.

Podría repetir todo lo “El Carbonero de Nazar” nos ha contado una y mil veces, -preparación de la carbonera, como se van colocando los troncos, la tierra, encendido de la carbonera, enfriamiento de la carbonera, el empleo de los utensilios…- pero creo que no haría más que repetir lo que ya se puede consultar en cualquier libro sobre los carboneros.


Termino, aunque en cierto modo me da pena, pues me he sentido bastante cómodo recondando alguna de las anécdotas que nos contó nuestro padre, aunque estoy seguro que alguno de mis hermanos me dirá que se me ha olvidado lo principal…

También quiero resaltar que el Carbonero de Nazar llevó el nombre de carbonero, y lo llevó con elegancia y orgullo; pero que en realidad fueron muchos -Mauricio, Pablo, Mari, Fortunago, Miguel, Florencio…- los que realizaron durante años y años esta tarea, que no fue más que una más de ganarse la vida en estos valles.

Acabo, con cierta nostalgia, al ver que en un balcón del pueblo han colgado un Papa Noel, al ver a mis sobrinos entusiasmados con este personaje advenedizo de no sé donde, de no sé que tierras, y no veo ningún Olentzero (Carbonero), a pesar de que este personaje sea mucho más cercano, mucho más nuestro.

A pesar de que el aspecto del Olentzero (Carbonero) sea la de un carbonero, un poco sucio, pues se pasa todo el año en los montes haciendo carbón, y llega al pueblo con la cara oscurecida por el polvo del carbón, con las ropas estropeadas del trabajo cotidiano del monte, rasgadas por las matas, y las ramas no debía tener competencia con el resto de personajes (Papa Noel, Santa Claus, San Nicolás, Los Reyes Magos…) venidos de países lejanos.

Aunque llegue con las manos, la cara ennegrecidas, la ropa llena de petachos, remendadas por los mismos carboneros llegará un día en que los niños sepan apreciar todos los desvelos que realiza por dejar las labores del carboneo y repartir todos los regalos y dulces a todos los niños vascos.

Gerardo Luzuriaga “Ikazkina”

2008-01-02

Berrotza


He aquí dos chistes (o algo parecido) oídos en el pueblo a mi padre, hace ya muchos muchos años:


a) Hoy llega al pueblo un hombre que tiene más ojos que dias tiene el año.

b) - ¿Gerado has visto las talandas que han puesto en las puertas de la iglesia?
- ¿Qué talandas, papá?
- yo bien y tú?

Herrikoia